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4 nov 2011

RECUERDOS EN SEPIA por Carmen Nani

La tarde cumple su ciclo, y como cada año él también su ceremonia. Saca una fotografía de la caja que le pidió a la enfermera. La caja está poblada de imágenes y de recuerdos. El espejo que duerme en el fondo, los multiplica.

-         Vamos adentro abuelo, le dice mientras prepara la silla de ruedas.
-         Está muy fresco y le puede hacer mal -
” ¡Qué insolente! ¡Tratarme de viejo!”  El anciano aprieta los apoya brazos del sillón de mimbre con bronca. Las manos empalidecen. No se mueve ni guarda la foto.
-         ¿Es su hijo, abuelo?, la mirada del viejo se endurece. No la mira. La  enfermera entiende que ha hecho la pregunta equivocada.
“¡Qué Estúpida! ¡Quién querría ser su propio hijo!” El viejo se mira en la foto.

Cuarentón, bien parecido. Se examina los dientes con detenimiento. Se evalúa frente al espejo, como siempre. La piel suave. Loción para después de afeitar. Se peina. Después, sacude  levemente el pelo para darle naturalidad. “Bastante bien, no cualquiera”, piensa mientras se calza la campera de cuero y sale del departamento. No imagina que acaba de contemplar su imagen por última vez. No sospecha que ese que vio, solo será un recuerdo que no volverá a encontrar  en ningún espejo



Ha refrescado. El viejo tose.
-         Le dije abuelo, la enfermera aproxima la silla de ruedas.
-         ¡Cállese! ¡Váyase! por favor. El anciano toma otra foto.

La casualidad los empuja, y ella lo ve de lejos, grande, lindo; el sol de la mañana es testigo de un abrazo que no  disimulan. Cuando la ve, se ve por primera vez, viejo. Ella, ahora colgada de su cuello, los pies en el aire, lo aprieta con fuerza, se recuperan; giran en la cañada.  Ella se olvida de sus hijos para volver a los dieciocho años y se deja abrazar sin miedo. Descubre sin embargo, que su cuerpo extraña a otro que la abraza todos los días. En ese momento, él sabrá que no puede contener el cuerpo de ella, más grueso pero no menos garboso. Sufrirá entonces, por haber deseado a otros, quizás mejor moldeados, pero sin la tibieza de éste que por un momento cree recuperar.  Su  sonrisa de niña, la misma de hace veinte años; fresca, como si el tiempo la hubiera iluminado. Y sus  propias arrugas, nuevas para ella; arrugas de hombre joven, pero tan profundas que le han inventado años. El “cómo estás” que evitarán preguntar. La tristeza de saberlo sólo cuando pudo haber sido suyo, y el orgullo de cuatro hijos que pudieron ser de él pero que le son ajenos. Ese “estás igual”, mentira que él quiso  creer porque fue el mejor halago; verdad que en ella, le dolerá reconocer. En adelante sólo tendrá la duda de no saber si hubiera podido darle tanto,  la impotencia por haberle dejado su lugar a otro, y la certeza de que pudo ser feliz sin él. El “chau! hasta siempre”. Sus manos vacías. Las de ella,  llenas con las de sus hijos. Él reteniéndola el minuto que no supo retener a tiempo para seguir mirándola, como ahora, con ese mismo gesto de acomodarse el pelo detrás de la oreja. Estoy apurada,  dirán sus ojos con ternura lejana, porque  sabrá que los de él disimularán nostalgia. Ella se dará vuelta para despedir con una sonrisa a su primer amor. Él ya de espaldas no lo hará: no querrá verla partir; no querrá confirmar su desierto.

El viejo tose, esta vez para camuflar una lágrima. No es necesario, la enfermera se ha marchado; está solo. Reunirá el coraje para mirarse a penas un segundo en el espejo. Lo romperá con bronca porque sabe, que cada vez que se mire, se verá como lo que es ahora: un viejo, que solo vive para el recuerdo de aquel encuentro, espejismo de un presente que no supo retener, predicción inexorable de un futuro que eligió.
- Ahora sí abuelo; ha oscurecido- Cuando la enfermera lo entra, una foto cae junto a un espejo roto.

Para un fin de semana lluvioso, qué mejor que los recuerdos...
Que lo disfruten.
Carmen

9 comentarios:

María E. dijo...

Buen cuento Car! Es peligroso preguntaarse qué nos hubiera deparado el destino si nos hubiéramos quedado con el primer amor.Algunas añorarán y otras se felicitarán por la oportuna ruptura. Pero siempre nos alegramos por nuestros hijos, que son así y no otros; la mitad de los padres que tienen. Y eso es fantástico.
Un abrazote

cecimelano dijo...

hola Carmen me encanto, es precioso, ademas aveces uno va tan apurado en la vida y hay momentos que son tan especiales q siempre estan con en el presente. bsotes cecymelano

El Celta dijo...

Ya he leído algo tuyo sobre lo que un hombre puede perder... ¿Que hay de la mujer? Simplemente una pregunta... me gustó mucho.
El Celta

Adriana Helena Rolando dijo...

Tus historias logran transmitir los verdaderos sentimientos y sensaciones de los personajes que las habitan, por ello realmente te felicito.
En este cuento quedò una frase tuya dando vueltas por mi cabeza: "La predicciòn inexorable de un futuro que eligiò".
¿Nos hemos preguntado acaso alguna vez cuàl es el futuro que elegimos y si nuestro presente condice con èl?

Piel de lechuza dijo...

QUIERO DISCULPARME POR NO HABER RESPONDIDO OPORTUNAMENTE A CADA COMENTARIO. LOS VALORO MUCHÍSIMO Y NO QUISE HACERLO CON EL DEBIDO TIEMPO Y RESPETO.
CARMEN

Piel de lechuza dijo...

Si Ceci, hay muchos momentos especiales que a veces dejamos pasar... creo que la felicidad futura depende mucho de cómo vivamos nuestro presente. Gracias por tu comentario, cariños
Carmen

Piel de lechuza dijo...

Si ME, no es conveniente arrepentirnos de lo que hicimos o dejamos de hacer. Como dicen los personajes de LOST: "What happened,happened"- Un beso inmenso,
Carmen

Piel de lechuza dijo...

Lo que escribo se aplica tanto a hombres como a mujeres, estimado Celta; en el amor se ama, se goza y se sufre por igual...
Carmen

Piel de lechuza dijo...

¡Que certero tu comentario, Adriana! Esa es la esencia de este cuento; ahora bien, me he formulado esa pregunta algunas veces... afortunadamente no tengo respuesta: ¿Podemos acaso determinar, a partir de lo que somos y hacemos, lo que queremos llegar a ser? ¡Quién pudiera! Cariños
Carmen